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*todas las ilustraciones han sido editadas a partir de fotos halladas en la red.

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miércoles, 6 de julio de 2011

Capítulo 30: El origen de la fortaleza

Alguna vez alguien le preguntó si siempre tuvo la misma fortaleza, la misma fuerza para no claudicar ante sus enemigos, la misma férrea voluntad para alcanzar sus objetivos. Por supuesto supo cómo esquivar la sinceridad en su respuesta y continuó intacta en su acostumbrada inalterabilidad e impávida actitud desafiante.


Aunque ha aprendido que un guerrero no debe jamás mostrar sus flancos débiles ni caer en la tentación de alimentar su lado emotivo, ante la cercanía de aquellas preguntas y con la imparcialidad que le dan varios siglos de muy particular perspectiva, Lady no pudo dejar de rememorar algunos pasajes oscuros de su pasado en los que realmente creyó que su fin estaba próximo.


En la intimidad de su más absoluta soledad ella sabe que no son pocas las grietas en su aparente sólida e  inexpugnable carcasa.



Si bien las nieblas del tiempo han construido alrededor de sus recuerdos, sólidos nubarrones que simulan olvido, en momentos de íntima concentración vuelven a sentirse, punzantes, las causas de viejas heridas.


Recuerda como si fuese ayer la última vez que lloró. Y el recuerdo del dolor de cada lágrima vertida le sigue provocando la misma angustia desmedida, el mismo odio contenido, la misma desesperación indescriptible ante su impotencia de niña desolada que veía a su madre sucumbir bajo la furia y la barbarie de aquella jauría de cobardes desalmados que destruían todo lo que alguna vez había sido suyo.




Aquella noche en que el infierno se hizo carne bajo sus ropas y todo el odio y la mugre del mundo bajó a beber de su propia sangre, aquella niña desamparada juró nunca más permitir que algo así volviera a suceder frente a ella. Prometió convertirse en espada vengadora, en la más temible guerrera que alguna vez se levantara en la faz de la tierra y asumió desde entonces su existencia como ininterrumpida batalla contra  todo aquel que descargara su violencia contra algún inocente desprotegido.

Fue largo el camino, doloroso y cruel el aprendizaje. Debió resignar en el trayecto muchas aspiraciones, aprender a sobrellevar el peso de no pocas culpas y derrotas. Se fue levantando a su alrededor una verdadera fortaleza de determinación y coraje. Se dedicó de lleno a construirse a sí misma como indestructible guerrera, despiadada y cruel si fuera necesario, pero invencible y justiciera.


A partir de aquellos tiempos siempre fue en ascenso su camino hacia la perfección en técnicas y estrategias, haciendo gala de inigualable fortaleza ante cualquier enemigo. Indestructible en todo campo de batalla, también aprendió a serlo en su lucha interior, tan intensa, siempre, como su determinación para continuar en su cometido.


Por todo eso, si se le replanteara la pregunta y ella lograra dejar atrás sus lógicos reparos, se dejaría llevar por la voz de la sinceridad y contestaría que no. Que no siempre tuvo la misma fuerza y coraje. Que alguna vez fue, como todos, vulnerable e inocente, pero, debido a los muy tempranos ataques que padeció en la vida debió construirse sus fortalezas para no caer aplastada bajo el miedo, el dolor y angustia por lo que le tocó en suerte. 


Ella sabe, por dolorosa y propia experiencia, que  no se nace con fuerza o poderes especiales que nos tornan indestructibles. La fortaleza para enfrentar los padecimientos que el camino de la vida nos depara, surge de la forma en que decidamos encauzar el mismo dolor que nos aplasta.

2 comentarios:

  1. Hola Mónica,
    ¿viste?.. esto ya es otra cosa más comprensible.. creo que nadie (ni tan siquiera los superhéroes), nacen duros (o tiernos).. sino que se van haciendo, lo uno o lo otro, en función de múltiples factores y experiencias.. En ocasiones, poco a poco.. y aveces, de golpe, como parece que le sucedió a Lady..
    Un abrazo

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  2. De acuerdo, nacemos sin más defensa que nuestras madres y sus pechos para acogernos -no seáis pornográficos que lo digo en sentido literario- y nos vamos haciendo a fuerza de golpes y caricias, unas más duras que otras, pero todas forman parte de las piedras que componen nuestro castillo.
    Besotes pasados por 34 grados a la sombra.

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